domingo, marzo 27, 2005

Poema VII

Bajando la ladera nevada
entre blancos remolinos
sus pies pequeños y finos
siguen su paso de hada.

Las rocas ocultas son suaves
en las plantas de la niña
la nieve es cálida, y la brisa fría
no hiere el rubor de sus mejillas.

Espumosos los cabellos
se adelantaron en el viento.
Sus ojos entrecerrados
en claro nimbo enmarcados
ven en la luz el aliento.

Respira, y el aire frío
infla su pecho tembloroso
devuelve luego al aire el aire
con un suspiro delicioso
que aspira el invierno en la montaña
hasta extinguir el ardor que lo acompaña.

¡Dulce niña, suave hada!
Por ser la mano que acompañe tu camino
por ser quien sostenga tu destino
no pediría ya más, de lo que pido, ¡nada!

¡Hermosa niña, hermosa hada!

¡Epe Ose nunei Vuvpe ad!

domingo, marzo 13, 2005

Poema VI

Vendrán tiempos de paz
hoy marchan en oscuridad.
Ya la sombra se va hacia el frente
sigue lejos hacia el este,
pasa las líneas del ejército.
Suyo será del triunfo el mérito
el trofeo, la nueva luz

Llevo la cruz
la alzo a los cielos
ruidos de truenos
rudos tambores
tras los escudos
mil luchadores.

¡Caigan colinas,
mueran, dragones!

Rojo trazo de sangre,
rojas ondas de fuego;
de mal y de frenesí hambre,
de vida y de libertad ruego.

El humo de torna ocre
al ser por el sol herido
“¡Rush!” gritan las gargantas.
¡Alcen el canto guerrero!
Ya llegarán los gemidos…

Los reyes van montados
con sus mantos en el viento.
Al frente, la lanza en ristre
aceleran los campeones
al paso que dan de ejemplo
los héroes de nuestros cuentos

La tierra tiembla,
los arcos silban,
las voces gritan,
aún sin dolor.
Brutal ardor,
dura batalla;
en la planicie
la gloria estalla.

Espadas que sangre vierten
valen allí más que diamantes.
Todas las cosas cortantes
han perdido ya su brillo;
de metal hechos los filos
y de carne los sangrantes

Rubios cabellos, rudas miradas,
ropas de vida manchadas;
rugen las bestias, mueren las sierpes,
son derrotadas, destruidas por siempre

El velo de humo se descorre:
¡Que los ojos ya no lloren!
Nadie será abandonado
Las aves trinan, el sol refulge
El bosque vuelve sobre el campo

Bello final de esta historia
Bello final de aquél día
Cuando las voces unidas
Clamaron allí ¡Victoria!

martes, marzo 01, 2005

¡Oh Señor!

Canto de un miserable

¡Oh Señor! Es mi deseo cantarte un himno digno de ti. Pero ¿cómo lo haré?

¡Oh, Señor, nunca podré! ¡No podré, jamás!

¿Que haré, dime, pues desespero? ¿En que lengua cantaré?

Haz que mi canto sea tu canto, que mis cuerdas sacuda tu aliento, que vibren los espacios con tus acordes, y yo observaré feliz. Oiré por la eternidad. ¡Hazme instrumento de tu canción!

¿Tomarás mi canto, lo unirás al de los ángeles? Si he de lamentar mi debilidad, es porque soy indigno de ti. ¡Oh vil caída que así nos ha dejado, manchados, pecadores!

Sólo tu misericordia sirve para mí. ¡Convierte a la vida mis esperanzas! ¡Permite sólo aquello que te agrade! ¿Por qué me atrevo aún ofenderte? ¿Por qué no me quiebra tu rayo cuando me niego a obedecerte?

Soy débil y frágil, aún más que mis hermanos, yo, el más miserable de ellos, más miserable que los altos coros de tus ángeles amados... Mas ¡cuánto quisiera a ti cantarte! Tu obra, reflejo limitado e imperfecto por mi causa, es sin embargo tan grande, tan maravillosa, que mi asombro lo ha querido cantar a todos los oídos. Y sólo me atrevo a decirte, en mi miseria ¡Cuan miserable soy! Ten piedad de ella ¡Te cantaré por los siglos!

Álzame, sácame de mi miseria, permite a mi canto volar, pues por ti brotará cada nota de mi garganta, de ti habrá salido cada tono armonioso.

Quiero sentir el dolor de las alas al brotar, el peso de llevarlas, y la gloria de extenderlas por ti en el viento. Quiero unirme a cada compañero en un coro cuyo canto entrelazado se alce en armonía y esplendor.

He visto en breves instantes los destellos de la luz en los vidrios pintados de tu mansión, y sólo vivo para recorrer esas galerías, cuyos arcos extiendan claves afiladas a tu trono, siempre superior e inalcanzable. Donde seas toda la luz que me ilumine, y el altar sea tan sacro que sólo puedan oficiar en él los más altos de los arcángeles,

Y en aquella nave todo el esplendor desplegado en nuestro miserable hogar se hallará puro, en su fuente: ¿qué ojos osaré dirigir hacia allí? ¿Estos, que han buscado cada vez la carne, que se han mancillado con visiones ingratas? ¿Estos, que han hollado con maldad en las tinieblas? ¿Cómo entrarán a tu casa? ¡Veré tal vez la flor de luz sobre la ojiva del portal, antes de que las rejas de mi celda sean cerradas para siempre! Antes de que mi maldad me prive de tu luz.

Y allí, en el infierno, rogaré por ti. Cada lágrima que ahora derramo será preciosa entonces, si alguna vez el mínimo consuelo me llegara por su gracia. Poco me han de importar los sufrimientos, luego de haber sido privado de tu luz.

¡Señor mío y Dios mío! Amén