lunes, diciembre 20, 2004

Poesía I


En los resquicios del castillo
yacen las oscuras sombras
bajo arcos y bóvedas
fluyen humores de abismo.
Crecen flores en sus suelos
trepan hiedras en sus techos
las raíces, como picos
abren fosas en los pisos.

Muchos toscos adoquines
ha arrojado un manantial
en la sala principal
nutre el agua fresca y clar
vida, bosque, verde altar.
En cada tronera, un nido
en cada patio, un jardín
cantos y trinos sin fin
de aves blancas en los pinos
entre plátanos y tilos
aroma a flores, luz solar

¡Altas y negras pizarras
véis sin dolor vuestra ruina,
el acecho en cada esquina,
de la artera gravedad!
¡No habéis caído aún!
Pues sin duda sabéis
que cayendo arrastraréis
mil destellos de colores
mil aromas, diez cantores
que su nido han consagrado
a vuestro seguro amparo
y así al anochecer
no temen por sus pichones
¡Velad por ellos, vos pues!

¡Oh castillo de estas tierras!
¿Más bello aún puedes ser?
¿Cómo fuiste antes de ayer?
¿Dónde está la antigua gloria
de los cantos, de las armas
de los señores de bien?
¿Ya no existen, fortaleza?
¿Hay valor entre los hombres?
¿Sólo aves, sólo flores
dignos son de tus salones?
¡Ay de mi, mal poeta
que soy hombre, y no podré
acercarme en mi tristeza
y entre lágrimas de amor,
entre cantos de dolor
a tu espléndida belleza!
Acepta mis versos, y así,
algo he de recibir,
que consuele mi alma estrecha.