martes, marzo 01, 2005

¡Oh Señor!

Canto de un miserable

¡Oh Señor! Es mi deseo cantarte un himno digno de ti. Pero ¿cómo lo haré?

¡Oh, Señor, nunca podré! ¡No podré, jamás!

¿Que haré, dime, pues desespero? ¿En que lengua cantaré?

Haz que mi canto sea tu canto, que mis cuerdas sacuda tu aliento, que vibren los espacios con tus acordes, y yo observaré feliz. Oiré por la eternidad. ¡Hazme instrumento de tu canción!

¿Tomarás mi canto, lo unirás al de los ángeles? Si he de lamentar mi debilidad, es porque soy indigno de ti. ¡Oh vil caída que así nos ha dejado, manchados, pecadores!

Sólo tu misericordia sirve para mí. ¡Convierte a la vida mis esperanzas! ¡Permite sólo aquello que te agrade! ¿Por qué me atrevo aún ofenderte? ¿Por qué no me quiebra tu rayo cuando me niego a obedecerte?

Soy débil y frágil, aún más que mis hermanos, yo, el más miserable de ellos, más miserable que los altos coros de tus ángeles amados... Mas ¡cuánto quisiera a ti cantarte! Tu obra, reflejo limitado e imperfecto por mi causa, es sin embargo tan grande, tan maravillosa, que mi asombro lo ha querido cantar a todos los oídos. Y sólo me atrevo a decirte, en mi miseria ¡Cuan miserable soy! Ten piedad de ella ¡Te cantaré por los siglos!

Álzame, sácame de mi miseria, permite a mi canto volar, pues por ti brotará cada nota de mi garganta, de ti habrá salido cada tono armonioso.

Quiero sentir el dolor de las alas al brotar, el peso de llevarlas, y la gloria de extenderlas por ti en el viento. Quiero unirme a cada compañero en un coro cuyo canto entrelazado se alce en armonía y esplendor.

He visto en breves instantes los destellos de la luz en los vidrios pintados de tu mansión, y sólo vivo para recorrer esas galerías, cuyos arcos extiendan claves afiladas a tu trono, siempre superior e inalcanzable. Donde seas toda la luz que me ilumine, y el altar sea tan sacro que sólo puedan oficiar en él los más altos de los arcángeles,

Y en aquella nave todo el esplendor desplegado en nuestro miserable hogar se hallará puro, en su fuente: ¿qué ojos osaré dirigir hacia allí? ¿Estos, que han buscado cada vez la carne, que se han mancillado con visiones ingratas? ¿Estos, que han hollado con maldad en las tinieblas? ¿Cómo entrarán a tu casa? ¡Veré tal vez la flor de luz sobre la ojiva del portal, antes de que las rejas de mi celda sean cerradas para siempre! Antes de que mi maldad me prive de tu luz.

Y allí, en el infierno, rogaré por ti. Cada lágrima que ahora derramo será preciosa entonces, si alguna vez el mínimo consuelo me llegara por su gracia. Poco me han de importar los sufrimientos, luego de haber sido privado de tu luz.

¡Señor mío y Dios mío! Amén