viernes, abril 29, 2005

Poesía IIII

El camino cubierto está de nieve
blanca y fría; la siento por doquier.
No hay ningún paso entre las rocas:
ya todo fue enterrado ayer.

¡Ay, camino, a donde iré!
Viento, ¡cesa ya de mi rostro
con tus agudos alientos azotar!
Las lágrimas se hielan
en mis mejillas.
¡Rodad, rodad, gotas de sal!
Que al surcar vuestros gélidos hilos
desgarrando a su paso hacia el mar
¡no os detengan los siglos!

Luz de selene, cierra mis ojos
nubes que tétrica penumbra cernéis
¡ya conmigo acabaréis!
Solo camino, y solo lloro
llantos de ultratumba me acompañan
son sus voces dulces y etéreas
ahogadas y triunfantes
entre un ruido discordante
el quejido de la mar.

He dejado atras a la cabaña
allí ha quedado la lumbre
el calor del hogar dulce
Amorosa la vi por el vano al marchar
la puerta al pasar.
Luego la puerta se cerró
¡Oh tinieblas, oh noche!
¡Oh desesperanza que hielas!

El abrigo aprieto en mis hombros
prenda tomada de un ciervo
suave sobre pastos y bosques
y luz del sol... ¡oh que lejos estáis de mi!
Que no volveré, que ya me perdí
lo saben mis lágrimas, lo sé ¡es así!

Caigo... rumor de nieve hundida
torbellinos blancos que aún alza el viento;
que silba aún en mis cabellos.

La nieve cubre en blanco las tinieblas
y las cierra, aún más densas.
Era estrecha la hondonada
donde en vano me esforzaba
¡cuan profunda, cuan siniestra!
- Nada queda, ya se acaba - susurra el ángel en mi oído
- ¡Cerraos pues, ojos necios! Ya el alma se ha ido.