miércoles, agosto 10, 2005

Mar del argento

Caminando por la playa, miro el mar verde bajo espesos nubarrones. Me he sumergido en él hoy, y el frio me penetró hasta los huesos. No me importó. Invoqué el calor de las entrañas de la tierra, invoqué al sol en las alturas, y continué mi lucha fatal contra los elementos. Nadaba hacia adentro, procuraba enfrentar las olas bajo el viento y la lluvia que comenzaba. Mojado por arriba y por abajo, sólo era yo y el mar. Sólo él y yo. Verde y gris el croma, olas transparentes y gotas hirientes. El agua es transparente como el hielo, cristal en quiebres. La espuma es blanca y salada, vetas en las montañas. Todo se mueve y me sacude.

Sumerjo la cabeza, y miro el cielo con los ojos heridos por la sal. Veo las vetas de espuma y siento mis miembros sacudidos. Mis cabellos agitados. Me levanto y me duelen los oidos al viento frio. Ya no siento casi. Me he puesto rojo y blanco, morado incluso. Pero nado en un mar de esmeraldas.

Cae entonces un rayo que divide el firmamento. La sal de incinera en su trayecto, y arde en explosiones de luz blanca. Saltan chispas en las crestas de las olas, y el viento peina gotas encendidas. El trueno hace temblar el espacio, mientras la lanza ardiente se sumerje bajo las olas y se abre camino a las entrañas de la tierra. Alrededor del cráter de agua saltan olas enormes, y su onda es tan poderosa que destrozaría mi oido abajo del agua.

Sigo nadando y mi cuerpo se hace azul, se escama de frio y de sal. Batallo con el mar aún más embravecido. La ciudad a mis espaldas tiembla; sus rascacielos son devorados por el huracán.

Nado mar adentro, y voy venciendo las olas. No necesito flotar para respirar: sólo me asomo para ver la tempestad. Nada en el mundo altera mi soledad. Yo y el mar. ¡Quiébrese el mundo bajo los rayos divinos! La sal estalla más potente que todos los posibles fuegos de artificio. Los guerreros ondinos atacan la playa y alzan tormentas de arenas que ametrallan las casa y los acantilados. La limpieza antes de la invasión.