viernes, marzo 17, 2006

Poesía XXX - Umbra cercana - Niebla y sutilidad

En una cornisa de hielo,
bajo algún cielo nublado
rueda una bola de cristal

Vacilante como un péndulo
pronta va siempre a caer
y su lisura estropear.

Como del hilo un sedal
va dejando marca atrás
suave, sutil, crepuscular
que la brisa borrará.

Y es que el mundo alrededor
no es de tierra ni hay sol.
Todo es seda y suavidad;
se extiende. Imaginarán
que si duro, quebraría
lo frágil de aquél cristal
y la bola estallaría…

Avanza por la cornisa
para aquí y para allá.
Neblinas ceden su paso
sólo blandas nubes hay
sólo tenues velos de raso
y estatuas de seda. ¡Ay,
nada ofrece resistencia
a la bola en su pasar!

Y yo, esfera, me pregunto,
limpia esfera de cristal:
¿Dónde el mundo acabará,
qué retazo de metal
será el que me destruirá?

En un mundo de velo
colchones y suavidad
nada resiste mi mano:
tampoco nada es real.
Y tiemblo de pensar
qué encontraré cuando encuentre
la forma de descorrer
este velo permanente.

¡Retírate, lluvia, de mis ojos!
¡Retira te, niebla infernal!
¡Quiero un paraíso azul, un fuego rojo
que incendien esta falsa tenuidad!

Un crepúsculo estallando en arco iris.
Un desgarrante charco de sangre.
Un bosque verde. Un nuevo aire
que sepulte, y que haga a mi crisis
En luz y verde manifestarse.

La esfera va y se desbarranca
y en su superficie poluta
se talla una forma pura
sin nubes ni seda blanda.

Astillas de vidrio
rojas de sangre.
Manchan la sábana…

el mundo arde.

lunes, marzo 06, 2006

Orbita mare

¡Ay, oscuridad que yaces mezclada con los acordes de mi alma y de los instrumentos dulces que llenan mis oídos! Te siento por todo mi ser, me siento resonar, pues en verdad son las vibraciones como ondas de mi océano, profundo y reposado, lleno de armonías de la noche, ocultas y frescas, siempre nuevas y maravillosas.

Quiero sentirme en tus ondas desgajarme y dejar mi rastro como un barco que zurca las aguas y deja la estela, como una balsa movida por una leve perca en la oscuridad, quebrando la riela de una luna sin manchas en mi océano sepultado.

¡Imagina como serán las profundidades en donde se hallan los pilares del mundo! ¡Imagina el infinito horror de estar perdido en su seno, entre estalactitas abismales, en cavernas capaces de devorarse enteras a las ciudades!
Me veo caer por entre las grietas del mundo hacia las profundidades, y veo como, como un ángel que perdió sus alas, me zambullo en el agua helada de un océano que no conoce el sol. Siento con asombro la vida de aquellos que jamás han visto un atardecer, que no conocen las estrellas, que no saben lo que es la brisa, sino que viven entre ondas que ellos mismos provocan y la única luz que sienten alguna vez es el terror de la lava que hace y deshace las formas de la tierra.

Y allí esas ondas son música, intrumentos que no vibran ásperamente como una cuerda, sino que son agua, agua que se agita dulcemente y donde las armónicas de la nota principal son luces de todos los colores, brillantes como un arcoíris quebrado de mi nota, de mi voz...

Algo quiere llevar a mi espíritu lejos de las fosas donde me siento descender, pero no lo logra, sino que es como un lastre que me llevara hacia arriba. Yo he de hallar mi camino a la superficie... no sin antes haber pasado por el centro de la tierra.